(Foto de portada: Ezequiel Luque para La Tinta)

¿Qué relación tiene el atentado a la vicepresidenta con los discursos de odio que diariamente circulan por los medios de comunicación y las redes sociales? ¿Qué grado de violencia soporta una sociedad sin quebrar los pactos democráticos? ¿El meme como chiste y catarsis social o como banalización y justificación de la violencia?

Las palabras están cargadas de significados y a partir del lenguaje le damos sentido a la realidad. Los discursos de odio forman parte del entramado social argentino, están cada vez más legitimados y generan un clima de intolerancia social.

En este marco, dialogamos con la socióloga Micaela Cuesta, integrante del Laboratorio de Estudios sobre Democracia y Autoritarismos (LEDA) de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM). La investigadora social reflexionó sobre los discursos de odio, se refirió al atentado de la Vicepresidenta y remarcó el impacto negativo que tiene este tipo de discursos para la convivencia democrática.

– ¿Qué son los discursos de odio?

Son todas aquellas expresiones efectuadas en la esfera pública que busquen promover, reproducir y legitimar formas de discriminación o violencia sobre una persona o grupo de personas en función de su pertenencia a un colectivo racial, religioso, político, etc.

Estos discursos generan, con frecuencia, un clima cultural de intolerancia y odio y, en ciertos contextos, pueden provocar prácticas agresivas, segregacionistas o genocidas.

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“Esa generalización del discurso de odio puede producir un clima de intolerancia y agresividad que en algunos casos podría llevar a la realización efectiva de acciones violentas contra esos otros previamente despreciados, deslegitimados, desvalorizados en la esfera pública”

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De ahí la importancia de atenderlos porque las palabras no se las lleva el viento, sino que predeterminan acciones, además de tener una dimensión material por sí mismas. Las palabras agresivas y violentas lesionan más allá de si después esa agresión lleva a una acción donde interviene más directamente el cuerpo.

Por tales motivos, es importante atender a los discursos de odio por lo que ellos hacen más allá de su pasaje a la acción. Como vimos hasta el hartazgo en las imágenes del ataque a la vicepresidenta también pueden conducir a que parte de ese orden, como vimos en la tele, sea pensable, posible, y en gran medida legitimado, es decir, reconocido como válido por una parte no menor de la población.

– ¿Lo que ocurrió con la Vicepresidenta tiene que ver con los discursos de odio?

– Creo que lo que ocurrió con la vicepresidenta están enmarcados en los discursos de odio, pero que tienen que ver también con una historia más extensa. Los discursos de odio empiezan a institucionalizarse en términos académicos y diría que cobran interés de organismos internacionales a partir de 2017.

Creo que en realidad lo que ocurre en la imagen del atentado a la Vicepresidenta tiene una temporalidad más extensa. Esto quiere decir que los discursos de odio explican una parte de lo ocurrido, pero no agota la explicación.

Estos discursos de odio se inscriben en una historia más amplia que llega hasta los conflictos que fundan nuestra democracia y a los momentos de surgimiento de uno de los protagonistas de ese movimiento democrático que es el peronismo.

Definitivamente en lo ocurrido con la presidenta se condensan esas dos temporalidades, una de más corto plazo y otra de memoria histórica más amplia, las cuales están imbricadas porque las formas de autoritarismo en las que crecen los discursos de odio vienen de antes y de memorias de luchas anteriores que no estaban categorizadas con ese término, pero que también tienen que ver con discursos de odio, entre ellas, la dictadura militar como hecho fundante del odio como segregación, asesinato y muerte, -más allá de la implementación de un modelo económico que es en sí autoritario porque excluye-. Es decir, hay múltiples hitos odiantes en nuestra historia.

-¿Dónde se inscriben los discursos de odio (DDO)?

– Los DDO se inscriben en una densa trama de prejuicios histórico-sociales. De ellos se nutren a la vez que reproducen y consolidan: xenofobia, machismo, racismo, clasismo, antipolítica.

No cualquier expresión de conflicto, de disenso e inclusive de agravio es discurso de odio. Para que sea considerado discurso de odio. Debe ser tangible o comprobable que además de expresiones de agravio hay incitación al acto, es decir, una incitación a ejercer de modo directo esa violencia, una invitación a hacerlo o una legitimación de ese hecho.

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“Estos discursos generan, con frecuencia, un clima cultural de intolerancia y odio y, en ciertos contextos, pueden provocar en la sociedad civil prácticas agresivas, segregacionistas o genocidas”

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Muchas veces se dice que si todo es discurso de odio ya no se puede hablar de nada. Bueno eso es una falsa afirmación. No todo es discurso de odio y las democracias declaman y requieren para su normal funcionamiento de la expresión pública del principio del disenso. Lo único que estamos queriendo decir con atender a esa dimensión discursiva del odio es que la democracia soporta un determinado nivel de expresión pública de conflicto. Cuando ya está en juego la posibilidad de afectar sobre el ser de otros, eso ya no es democracia eso empieza a socavar las bases de los principios democráticos.

Micaela Cuesta, Dra. en Ciencias Sociales de la UBA y Mg. en Comunicación y Cultura de la UNSAM

– ¿Qué implicancias pueden generar los discursos de odio al sistema democrático?

– Cuando escuchamos las expresiones: «ellos o nosotros», «nunca más al populismo», «hay que eliminar a las kucas», «hay que terminar con el virus», las cuales son refrendadas por medios y políticos, por los propios actores de la sociedad civil, lo que llevan esas expresiones es a propiciar la eliminación de una parte de los contendientes y la democracia con un solo partido no es democracia, eso es otra cosa.

Si queremos cuidar y permanecer dentro de los confines del conflicto democrático, debemos saber reconocer cuáles son los límites. Si se tiende a la eliminación del otro a través de discursos de odio estamos haciendo un juego que ya no es democrático. Una democracia no puede fundarse, sostenerse y legitimarse en la eliminación del otro.

Si no somos capaz de reconocer la gravedad del atentado a CKF eso quiere decir que estamos ante una crisis institucional muy grave. Si no logramos convencernos que esto representa un límite a las formas de supervivencia de la democracia y si quienes nos gobiernan no hacen de este intento de magnicidio contra Cristina Fernández de Kirchner un hecho re-fundante de la democratización de nuestra sociedad, creo que nos dirigimos hacia un horizonte para nada promisorio.

La dirigencia política toda debería tomar nota de este hecho y reaccionar en conjunto con la más absoluta contundencia.  Es necesario decir públicamente que esto es un límite porque no está en juego la vida de un sujeto, acá se atentó contra una institución de la democracia.

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“Me parecería muy grave y dejaría en una condición de fragilidad a la democracia el no salir con todas las fuerzas políticas partidarias y la convicción a condenar de modo unánime todo este tipo de acciones”

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Podemos discernir sobre qué consideramos discurso de odio y cuáles serían los límites, lo que no podemos discutir es que este es un hecho de gravedad institucional que se inscribe en un contexto donde los discursos de odio se volvieron generalizables.

Sólo se puede volver objeto de una agresión directa aquello que ha sido antes despreciado, desvalorizado, vulnerado con algún grado de legitimidad en la esfera pública. Por lo tanto, antes de que ocurriera este ataque a la vicepresidenta se debe haber producido una desvalorización, desprecio, mortificación de su figura.

– ¿Qué rol juegan las redes sociales? ¿Qué impacto tienen los memes?

– Creo que las redes sociales tienen mucho que ver con esto del discurso del odio. El meme funciona como una especie de artilugio para traficar discursos de odio que no podrían pasar de otro modo. Eso genera que se justifique cualquier violencia amparado en que se trata de un chiste.

Operaciones como la memificación sin fin, la distorsión, la banalización y la negación de las violencias históricas y contemporáneas favorecen su reproducción en redes sociales y construyen las condiciones de posibilidad de la violencia contra el otro político.

Está bien el chiste como recursos que tienen las sociedades para poder asumir cosas que son difíciles de digerir, ahora cuando se vuelve un mecanismo cotidiano naturaliza la violencia y se terminan justificando un montón de agresiones bajo esa modalidad.

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“El meme funciona como una especie de artilugio para traficar discursos de odio que no podrían pasar de otro modo. Eso genera que se justifique cualquier violencia amparado en que se trata de un chiste”

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– ¿Por qué poner en agenda la preocupación por los discursos de odio?

– Es invitar a que la sociedad reflexione sobre el nivel de agresividad y la intensidad de la violencia que está dispuesta a convivir. ¿Qué grado de violencia soporta una sociedad sin quebrar los pactos democráticos? Creo que cuando pienso en violencia, el límite son los discursos de odio.

El límite de la convivencia democrática son los discursos de odio, ahora debemos comprender bien qué queremos decir cuando hablamos de discursos de odio. La democracia requiere de la conflictividad porque en definitiva es la posibilidad abierta del conflicto, pero una cosa es la posibilidad de conflicto y otra muy distinta es la de eliminar a una de las partes del conflicto.

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“La pretensión de eliminar a una de las partes del conflicto, tal como se ve en el video, es la negación de la democracia, no la realización de la democracia”

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– ¿Dónde encuentran eco los discursos de odio?

– Claramente no toda la sociedad es permeable del mismo modo a este tipo de discursos. De hecho, a modo más personal que como socióloga, cuando veía las imágenes del atentado a la vicepresidenta y observaba cómo separaban al sujeto que había gatillado, me sorprendía que no lo hubiesen linchado porque el linchamiento es una práctica que viene siendo televisada y legitimada, es más, viene queriéndose nombrarse como justicia social.

Sin dudas lo mejor que pudo haber pasado es que eso no ocurriera porque las consecuencias hubieran sido terribles: refrendar al odio con más odio generando una circularidad de la violencia que no se terminaría nunca.

Lo que quiero decir es que está desigualmente distribuido la permeabilidad a discursos odiantes. Al tener una dimensión bastante autoritaria porque pretende la segregación de otros, quienes ocupan una posición más democrática, tolerante a la otredad, más igualitaria, más interpelada por ideas de justicia social que de mercado, esas configuraciones ideológicas son menos permeable a los discursos de odio o al menos, menos dispuesta a reproducirlos.

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“Obviamente en una configuración subjetiva neoliberal es en donde esos discursos se hacen mucho más reproducibles, audibles y actuables”

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Esto no es un fenómeno que afecta solamente a Argentina, la alerta sobre los daños a la democracia que producen los discursos de odio está en todo el mundo. De hecho, en Alemania hay legislación que los limita, en Francia hace muy poco tiempo periodistas, políticos y organizaciones de la sociedad civil llegaron a un acuerdo porque entendieron que puede producir un daño muy grande a la institucionalidad democrática.

Cuando las instituciones fallan en dar respuestas a ese malestar social lo que se identifica como causante de esa falla es la democracia y no aquello en lo que se inscribe la democracia que es básicamente un modo de organización capitalista, neoliberal y que no siempre es compatible con la democracia.

-¿Hay legislación en nuestro país? ¿Qué deberíamos hacer ante los discursos de odio?

– En nuestro país no hay una legislación sobre la temática. Me parece que hay que ir hacia una regulación de los discursos de odio. En los países más avanzados y en los que nosotros reconocemos como más democráticos tienen legislaciones sobre la temática, pero me parece que es un debate que se tiene que dar, no solamente en el ámbito político, sino de la sociedad en su conjunto.

Debemos reflexionar hasta dónde es responsable reproducir este tipo de expresiones que pueden generar la agresión directa de una persona más allá del propio daño que producen las palabras.

No será una tarea simple porque todos los intentos de regular o poner en la agenda pública los discursos de odio rápidamente fracasaron porque los identificaron con una voluntad persecutoria, de censura, prohibitiva y que atenta contra la libertad de expresión.

Creo que esta (tras el atentado a Cristina Fernández de Kirchner) sería una buena oportunidad para empezar a sacar esa máscara, exorcizar esas ideas para reflexionar más seriamente sobre qué son, qué suponen y qué efectos tienen para una democracia ese tipo de discursos.

Tal como decía un conductor de TV al cerrar un programa: «tratémonos bien que estamos mal». En un contexto de percepción de fragilidad y desamparo es cuando más necesitamos tratarnos bien porque lo más fácil que nos sale es tratarnos mal. Suena muy banal, pero lo que quiero significar es que si uno responde con violencia a situaciones de precariedad el resultado más directo es una radicalización o profundización de la violencia y, por lo tanto, también de una mayor exposición al daño.

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