El control de la producción del conocimiento científico se encuentra en el centro de la disputa global de poder. La actual guerra comercial no es sino, la expresión más traslúcida acerca de la puja mundial por el acaparamiento de la información, la acumulación del conocimiento, la capacidad de absorber los desarrollos tecnológicos y de disponer de los insumos críticos para poder producirlos.

OPINIÓN
DR. NICOLÁS FORLANI
INVESTIGADOR DE CONICET – DOCENTE UNRC
En el escenario anteriormente descripto la soberanía científica constituye una facultad estratégica, esto es: la capacidad de un Estado nación de contar con un sistema científico-tecnológico autónomo, capaz de aportar en la comprensión y transformación de las problemáticas que afectan al país.
Entre tal facultad estratégica y la realidad del sistema científico argentino actual media una distancia abismal. No por razones de in-experticia o falta de formación y/o desarticulación de la comunidad científica de la Argentina, sino por la política de agravio y desfinanciamiento que pesa sobre el sector. Mal que nos pese, la decisión del gobierno nacional de propender a la destrucción de las capacidades científicas del país guarda absoluta coherencia con la vocación de subordinación y dependencia frente a los Estados Unidos.
Aun en la adversidad, y asumiendo la complejidad de abrir debates sobre nuestra praxis científica, resulta propicio aprovechar el día del investigador/a científico/a para compartir reflexiones acerca de cómo democratizar nuestro sistema científico nacional. O, lo que es lo mismo, cómo repensarnos como sector en aras de aportar a un proyecto de país en el que el conocimiento científico esté al servicio de generar políticas de igualdad.
Sin perjuicio de otras dimensiones, problematizamos aquí tres aspectos que ameritan una toma de posición: el financiamiento, la direccionalidad y la identidad de quienes hacemos ciencia. El repudio generalizado por el desfinanciamiento en curso y la exigencia de mayores recursos económicos para proyectos de investigación, equipamientos y salarios, debe ser acompañado por una manifestación pública de la comunidad científica respecto de cuál debe ser el origen de los presupuestos demandados. Es decir, al relativo consenso existente de alcanzar el 1 % del presupuesto nacional (fijado por Ley Nº 27.614 de Financiamiento del Sistema Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación sancionada en el año 2021), hemos de asentar que tales recursos deben provenir de un cambio en el sistema impositivo. Necesitamos una ciencia que se financie con impuestos progresivos, es decir a partir de tributos que recaigan sobre los sectores más enriquecidos (por caso bienes personales) y sobre un mayor y mejor control de prácticas de evasión y elusión fiscal de grandes actores económicos (como el complejo agroexportador). Al mismo tiempo que hoy la demanda de mayores recursos, no puede obviar la necesidad de un pronunciamiento categórico en rechazo al nuevo ciclo de endeudamiento y fuga de divisas que tiene al Fondo Monetario Internacional como responsable del vaciamiento y empobrecimiento de nuestro país.
Respecto de la determinación de la direccionalidad de la investigación científica, la verdadera autonomía e independencia de nuestros estudios no se consagra en la adhesión a lógicas tecnocráticas de definición de presuntas líneas estratégicas. Antes bien, la prioridad en los temas a investigar debe atender los problemas que padece nuestra sociedad. Es necesaria la participación de consejos sociales en los ámbitos de toma de decisión en lo que se sistematizan los asuntos de envergadura. Arribar a una ciencia comunitaria implica apertura en todas y cada una de las instancias en las que se diseña/planifica el desarrollo de los programas de investigación científica.
Finalmente, asociado a los dos tópicos anteriores, la cuestión de la identidad, o mejor, la identificación de quienes hacemos ciencia. Tal vez la crisis que atravesamos sea el momento propicio para deconstruir la representación social de nosotros/as mismos/as. Debemos romper con el estereotipo del científico “profesional liberal”, que desarrolla sus investigaciones aislado, en su laboratorio y cuyos resultados investigativos son el resultado de su esfuerzo, de su mérito individual, de su capacidad para emprender nuevos proyectos, hacer frente a nuevos problemas y alcanzar nuevas hipótesis y teorías.
El desafío es transitar un registro autoetnográfico que nos permita reconocernos como clase trabajadora, asumir que nuestras condiciones materiales de existencia se van a resolver luchando codo a codo con maestras/os de la escuela inicial, primaria y secundaria, con trabajadoras/es de la salud, de las fábricas y comercios, de la economía popular… en definitiva, asumiendo el compromiso de co-construir esa voluntad colectiva, ese sujeto transformador de la historia, esa invención política que es la creación de un pueblo protagonista de su tiempo.