En la actualidad, las adicciones están en el centro de muchas conversaciones. Desde el uso excesivo del teléfono móvil hasta los juegos, las sustancias prohibidas y otras prácticas que afectan nuestro bienestar, estas conductas nos interpelan como individuos y como sociedad. Sin embargo, a menudo caemos en la trampa de simplificar el problema, señalando con el dedo únicamente a los jóvenes, como si fueran los únicos susceptibles de caer en estos hábitos, o como si ciertas adicciones, como las relacionadas con la tecnología, fueran inofensivas para los adultos.
OPINIÓN
ROBERTO AGUILERA
ESPACIO LA NUEVA CIUDAD
La realidad es que las adicciones no distinguen edad, género ni condición. En esencia, todas ellas comparten algo en común: son prácticas nocivas que dificultan nuestro desarrollo pleno y saludable, comprometiendo nuestra calidad de vida y nuestras relaciones interpersonales. Si bien algunas adicciones son más visibles o están más estigmatizadas que otras, todas ellas merecen ser abordadas con la misma seriedad y empatía.
Frente a esta problemática, la prevención juega un rol fundamental. No se trata solo de evitar que las personas caigan en las adicciones, sino también de construir un entorno que ofrezca alternativas saludables. Esto implica educar desde edades tempranas, generar espacios de recreación y ocio sano, y promover actividades que fortalezcan la autoestima, la creatividad y las relaciones humanas.
En este sentido, la acción preventiva debe ser inclusiva y transversal, alcanzando a personas de todas las edades. Nadie está exento de desarrollar una adicción, especialmente en un mundo que nos bombardea constantemente con estímulos diseñados para captar nuestra atención y explotar nuestra vulnerabilidad emocional.
El consumo y la falsa idea de felicidad
Vivimos en una época donde se nos vende la idea de que consumir nos hará felices. Desde un nuevo producto tecnológico hasta el entretenimiento inmediato de un juego de celular, se alimenta la ilusión de que estas experiencias llenarán vacíos emocionales o darán propósito a nuestras vidas. Sin embargo, es vital cuestionar este paradigma y proponer una alternativa más humana: reconocer que la felicidad no proviene de lo que poseemos o consumimos, sino de la profundidad de nuestras relaciones, del sentido que le damos a nuestra existencia y de la aceptación de la finitud de la vida.
Aquí, conceptos como la amistad, la familia y los valores esenciales cobran protagonismo. No como ideales abstractos, sino como pilares concretos que sostienen nuestra salud mental y emocional. Reconocer el valor de estos elementos es un acto de resistencia frente a una cultura que muchas veces nos empuja a desconectarnos de lo realmente importante.
Las adicciones son un reflejo de las necesidades no resueltas y de los desafíos que enfrentamos como sociedad. Combatirlas no es solo responsabilidad de quienes las padecen, sino un compromiso colectivo que implica prevenir, educar y construir entornos saludables y humanos. Al cuestionar el consumismo como única vía hacia la felicidad, estamos abriendo las puertas a un modelo de vida más equilibrado y sostenible.
Para afrontar este tipo de problemática, como las adicciones, es fundamental contar con infraestructura adecuada y con profesionales médicos capacitados para contener a personas con consumos problemáticos. La atención integral y personalizada es crucial para apoyar a quienes atraviesan esta situación y ofrecerles las herramientas necesarias para su recuperación. De este modo, se podrá crear un sistema de apoyo efectivo que no solo trate los síntomas, sino que también intervenga de manera constructiva, contribuyendo a la mejora de la calidad de vida de quienes más lo necesitan.