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El dinero, los bienes materiales, la satisfacción de conseguirlos solo nos dura un par de meses; nos hace esclavos de esos mismos bienes y llena de vacío nuestra parte espiritual, porque, por definición, somos seres sociales. El mismo capitalismo nos ofrece una alternativa a estos vacíos: la droga, el alcohol, el atropello a los demás, etc. Un ser humano realizado mediante el trabajo, el cuidado de su familia y las relaciones comunitarias no tendría esos vacíos que nos deja dicho capitalismo.

En las grandes ciudades de Estados Unidos (la meca del capitalismo), donde se supone que han conseguido todo, vemos habitualmente a un montón de jóvenes y adultos viviendo en la calle, literalmente doblados por el fentanilo. Ese es el primer mundo que admira nuestro presidente y un montón de focas aplaudidoras que lo siguen. Mientras, en Gaza, muchos niños afirman frente a la televisión que prefieren morir mártires en su tierra antes que doblegarse frente al accionar terrorista que ocupa su país. Evidentemente, ahí hay otra cultura, una en la que no ha llegado el capitalismo y que nos cuesta mucho entender. Como somos un crisol de razas, lastimosamente, solo nos une el fútbol, el de unos señores que ganan fortunas en millones y hacen publicidad para bancos privados, pero jamás se los escuchará defender a los jubilados, a los niños y a las personas que pasan hambre. Por esto mismo, como lo importante es el dinero, no importa de dónde proviene el dinero de los bancos para pagarles a ellos, que seguramente es de la usura.

Nuestro sistema nos impone que solamente el dinero es importante. Por eso cantamos “los pibes de Malvinas” y nadie dice nada cuando el Presidente de la Nación permite que Boris Johnson —un pirata, inglés, asesino— pose sus sucios pies en el balcón de la Casa Rosada.

La salida es colectiva: hay que construir un hombre nuevo que tenga como horizonte el trabajo y los valores fundamentales de un ser humano: la amistad, la familia, el compromiso con toda la sociedad, etc. Como hasta ahora no hemos tenido ese objetivo, esa perspectiva, y no tenemos una cultura que transmita esos valores de padres a hijos, “por sus frutos los conoceréis” y el fruto que hemos parido se llama Javier Milei.

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