Con el partido entre el anfitrión y Ecuador, comenzará la competencia que constará de 64 encuentros a disputarse en ocho estadios de última generación, siete de ellos construidos especialmente para el torneo. El evento estuvo desde el inicio rodeado de polémicas.

Fuera de lo futbolístico, Qatar 2022 nació y se desarrolló como un evento ligado a diferentes polémicas y resistencias. Por caso, la elección que ganó el 2 de diciembre de 2010 con acusaciones de sobornos disparó una investigación en la FIFA y la justicia internacional que significó la caída de toda una generación dirigencial, con el expresidente Joseph Blatter a la cabeza.

Las críticas también se centraron en la obligación de modificar los calendarios deportivos internacionales, dada la imposibilidad de jugarlo a mitad de año, como es tradición, por las infernales temperaturas en Medio Oriente.

El emirato árabe, dueño de la tercera mayor reserva de gas en el mundo, dispuso una inversión directa en infraestructura de aproximadamente 6.500 millones de dólares y espera un retorno económico de 16.600 millones.

Además de los siete estadios levantados, a excepción del remodelado Khalifa Internacional, el Gobierno qatarí construyó un nuevo aeropuerto, rutas, hoteles y una moderna red de transporte público (metro, tranvía y ómnibus) que será utilizada de forma gratuita por el millón y medio de turistas que se espera durante el Mundial.

El faraónico plan de obras escondió uno de los temas más sensibles: el trato a los trabajadores migrantes. El periódico británico The Guardian y Organizaciones No Gubernamentales (ONG) denunciaron que 6.500 obreros de India, Pakistán, Nepal, Bangladesh y Sri Lanka murieron en Qatar durante los preparativos del torneo.

Las estadísticas, elaboradas sobre la base de los informes de las Embajadas de los países involucrados, fueron categóricamente desmentidas el secretario general del Comité Supremo de Qatar 2022, Hassan Al Thawadi.

Los señalamientos recibidos generaron una apertura de la legislación laboral qatarí que se tradujo en la abolición del sistema «kafala» (patrocinio), mediante el cual un trabajador migrante quedaba atado a su empleador para cambiar de empleo o salir del país.

No obstante, persistieron las acusaciones sobre condiciones de hacinamiento, extensas jornadas de 14 a 18 horas, exposición a temperaturas que puede alcanzar los 50 grados, impagos o retrasos en la percepción de los salarios y, en algunos casos, obligación de entregar el pasaporte al contratista.

Paralelamente, desde la cultura occidental, arreciaron críticas por la desigualdad que sufren la mujeres y la discriminación de la que son víctimas los miembros de la comunidad LGBTIQ+ en un país donde la homosexualidad es considerada un delito.

En la agenda de discusión también quedaron planteados temas de menor gravedad pero asimismo polémicos como el derecho a la vestimenta y al consumo del alcohol de los visitantes, que se supone flexibilizado, aunque igualmente limitado.

Todos esos aspectos de convivencia entrarán en tensión cada día de la Copa del Mundo sobre las calles de Doha y sus alrededores, donde se desplegarán unidades especiales antidisturbios procedentes de Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Italia y Corea del Sur para que todo transcurra en paz.

En favor de ese objetivo, la FIFA intervino con un mensaje enviado a todas las federaciones de los países participantes con el pedido de «evitar batallas políticas e ideológicas» durante la competencia.

Fiel al principio de neutralidad que la distingue, la entidad con sede en Zúrich sugirió que sólo «el fútbol ocupe un lugar central» en la agenda de los equipos nacionales, luego que algunos deslizaran la idea de solidarizarse con distintas luchas.

Este domingo, cuando el reloj marque las 19.00 de Qatar (13.00 de la Argentina), la pelota Al-Rihla («el viaje») marcará el comienzo efectivo de una Copa del Mundo que, por su carga extradeportiva, parece haber iniciado hace tiempo.

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