Aunque bajó la inflación y la pobreza medida por ingresos, crece el ajuste en los hogares: menos consumo, más deudas y pérdida del ahorro.

La situación económica de las familias argentinas continúa en un terreno crítico, aun cuando los indicadores oficiales muestran una desaceleración de la inflación y una caída de la pobreza monetaria.

Según el informe de la Instituto Pensar Igualdad titulado “La macro aprieta, la casa y la calle ahorcan”, elaborado a partir de datos de la Encuesta Permanente de Hogares (INDEC) y otras fuentes, el bienestar cotidiano de los hogares sigue deteriorándose, especialmente entre los sectores populares y trabajadores.

El estudio revela un escenario generalizado de reducción del consumo, endeudamiento, desahorro y mayor dependencia del crédito para llegar a fin de mes.

Mesas más vacías y consumo en retroceso

Uno de los datos más alarmantes del informe es que en el 17% de los hogares adultos dejaron de comer o redujeron porciones, y en el 11% se sirvió menos comida a niñas y niños. Entre trabajadoras y trabajadores no registrados, la situación es todavía más grave: el 42% de los adultos admitió haber comido menos y el 32% redujo raciones para niñas y niños. El estudio señala que este déficit de consumo contradice la idea de mejora socioeconómica que podría inferirse de la baja estadística en la pobreza monetaria.

Más ajustes en los sectores vulnerables

A pesar del discurso oficial que afirma que el ajuste recae sobre “la casta”, el informe muestra que las principales reducciones presupuestarias afectaron a jubilaciones, universidades y subsidios energéticos y de transporte. Por ejemplo, jubiladas y jubilados absorbieron 26 de cada 100 pesos del ajuste, con una caída real de entre 14% y 16% en sus haberes. Esta reducción impacta directamente en muchas familias, ya que una parte importante de los hogares depende de ingresos previsionales para complementar los ingresos laborales, especialmente en sectores de trabajos informales o inestables.

Ahorrar ya no es posible: crece el desahorro

Otro hallazgo central es la pérdida del “colchón” económico. En 2024, casi 4 de cada 10 hogares tuvieron que gastar ahorros para afrontar gastos corrientes, una cifra que se mantiene elevada en 2025. Este fenómeno atraviesa todas las clases sociales, aunque con impactos desiguales: en los sectores populares, la pérdida del ahorro representa también la pérdida de mecanismos básicos de protección frente a emergencias o imprevistos.

Endeudarse para vivir: tarjetas, préstamos y ayuda familiar

La financiarización del consumo y del bienestar aparece como rasgo estructural. La mitad de los hogares compra en cuotas o al fiado, y en la clase media asalariada la proporción llega a 7 de cada 10. El crédito, que antes estaba asociado a la compra de bienes durables, hoy se usa para gastos esenciales.

En 2025, el 13% de los hogares pidió préstamos a bancos o financieras, mientras que el endeudamiento informal —pedir dinero a familiares y amigos— alcanzó al 15%. Entre los hogares de trabajadores marginales o desocupados, este porcentaje llega al 29%. El estudio muestra que las familias recurren a redes personales incluso más que al sistema financiero para llegar a fin de mes, una práctica que crece desde hace dos décadas.

Una crisis que redefine identidades sociales

El informe también analiza cómo la crisis afecta las percepciones de clase. La categoría “clase media baja” creció de manera sostenida en los últimos años y refleja tanto un deterioro económico como una estrategia simbólica para no abandonar la identidad de clase media. Esta redefinición aparece vinculada a empleos más precarios, dificultades para ahorrar y mayor dependencia del crédito, elementos que se repiten en la vida cotidiana de amplios sectores de la población.

Un bienestar quebrado más allá de la macro

En síntesis, el informe describe una crisis que no se mide solo por índices económicos. Aunque la inflación se desacelera y la pobreza monetaria baja, la vida cotidiana muestra otra cara: consumos restringidos, ahorros agotados, endeudamiento creciente y una dinámica de ajuste que golpea sobre todo a los sectores vulnerables. Para las familias argentinas, la macroeconomía puede haber dejado de caer, pero el bienestar doméstico sigue bajo presión.

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